Apenas recuperaba uno de los sentidos más valiosos, la vista, cuando el destino le hizo una jugarreta, y le impidió que volviera a ver algo igualmente muy valioso para ella: su hogar.
En plena etapa de recuperación, luego de haber tenido desprendimiento de retina, ella ya ansiaba regresar a sus actividades cotidianas como ama de casa, como esposa y madre, como secretaria en un despacho jurídico.
Esa mañana, en la casa de su hermana, a unos tres kilómetros de distancia, Carmelita, como le dicen sus familiares, compañeros de trabajo y amigos, había alcanzado a escuchar la alerta sísmica del simulacro, con el que no sólo se recordaba aquel fatídico 19 de septiembre de 1985, sino que también representaba un recordatorio para estar preparados ante un eventual movimiento telúrico.
Minutos después, María del Carmen valoraba todo lo bello de la vida, en esa su recuperación y así poder mejorar su vista para apreciarla mejor, cuando unos cien minutos más tarde sus sueños se interrumpieron ante el llamado de su hijo, un adolescente de 17 años, que le aseguraba sentirse mal de salud y que de la escuela se dirigía a su departamento.
Unas dos horas después del simulacro, Carmelita y su hermana fueron por el joven para comer en un restaurante cercano y luego -era la idea- llevarlo a una revisión médica. Eran alrededor de las 13:10 horas del 19 de septiembre pasado.
Pero el destino estaba marcado. A las 13:32 un violento y mortal sismo volvía a azotar a la Ciudad de México, en el mismo mes y en el mismo día que hace 32 años.
Y con el sismo, la esperanza de Carmelita por regresar a su hogar, de verlo, sentirlo y arroparse en él, se esfumaba, quedaba en la bruma, en las tinieblas.
No lo volverá a ver nunca más. Y no por el desprendimiento de retina que días atrás había padecido. El departamento donde vivían ella, su hijo y su esposo, se había convertido en polvo.
Colapsó, dejando tras de sí ocho personas muertas y varias lesionadas. Y con el edificio también colapsaron esos largos y duros días que ella y su esposo trabajaron para tener dónde vivir y dónde poder criar a su hijo.
Ahí, en ese edificio viejo, el 1C de la Unidad Multifamiliar de Tlalpan del ISSSTE, donde ella anhelaba terminar su recuperación de la vista, en esa construcción, no solo sus bienes se hicieron polvo, también sus recuerdos: fotografías, videos, ropa, documentos oficiales, bancarios, escrituras...
Inmersa en una contradicción, empezaba a valorar si la vida es bella. Por una parte, había perdido su hogar, pero por la otra había salvado la vida al no haber estado ahí en ese momento. Y todo por la operación para no perder la vista, que al final le impidió volver a ver lo que tanto apreciaba y que tanto trabajo le costó.
Pero dicen que las desgracias o los problemas no vienen solos…
La angustia, la desesperación y la tristeza, ocasionaron que Carmelita, la secretaria del Despacho Jurídico Gratuito de una universidad, tuviera que ser internada de emergencia. El diagnóstico, una enfermedad de las llamadas ocultas, que brotó, se aceleró: cáncer de médula ósea.
Estudios, análisis, radiografías, quince días internada en un hospital por los rumbos de Acoxpa, con cuartos vecinos a los lesionados del Tecnológico de Monterrey y del Colegio Rébsamen, y a damnificados del terremoto del 19 de septiembre.
Médicos y enfermeras le dan ánimos; su familia la arropa y la cuida. Ella quiere estar bien con Dios. Quien la escucha y va a verla, a confesarla y a llevarle la comunión es el sacerdote Genaro, de la Parroquia de San José y la Virgen del Carmen (el mismo templo donde se realizó la misa solemne por los niños y maestros que murieron en el Colegio Rébsamen).
Carmelita acaba de salir del hospital, ha vuelto a la casa de su hermana. Ha regresado a guardar cama para tratar de recuperarse de esta otra enfermedad, más grave, más difícil de tratar. En espera de un milagro más, en ello tiene centrada su fe.
Y mientras, su pequeño schnauzer, Junior, le hace fiesta, brinca, mueve la cola y la mira con amor perruno. El perrito fue uno de los sobrevivientes en el viejo edificio que se derrumbó. Lo sacaron de entre los escombros los rescatistas japoneses, imagen que fue difundida en redes y medios de comunicación en todo el mundo.
Ella trata de sobreponerse, confía en que saldrá adelante por su hijo, por su esposo, por su familia, por ella misma.
Su vista parece perderse en la nada, pero sólo parece, porque en ese trance su recuerdo está en los momentos felices que pasó en su hogar, al que ya no volverá a mirar.
En medio de su tragedia, del drama que le ha tocado vivir, abrumada suspira a cada instante, pensando seguramente que, a pesar de todo, la vida es bella.