En su reciente visita a Colombia, miles de jóvenes con gran algarabía y ovaciones gritaban en la plaza principal de la ciudad y del país, la Plaza de Bolívar, una y otra vez “¡Esta es la juventud del Papa!”.
El Papa Francisco los bendijo desde el balcón del Palacio Cardenalicio y les dijo que para él es siempre “motivo de gozo” encontrarse con los jóvenes, a quienes les pidió que “mantengan viva la alegría”, que es signo del corazón joven, del corazón que ha encontrado al Señor.
Además los invitó a no temer al futuro: “El fuego del amor de Jesucristo hace desbordante ese gozo, y es suficiente para incendiar el mundo entero. ¡Cómo no van a poder cambiar esta sociedad y lo que se propongan! ¡Atrévanse a soñar a lo grande! A ese sueño grande los quiero invitar hoy”. Y para lograrlo, continuó, es preciso afianzarse en el Señor, quien “es el único que nos sostiene y alienta para poder contribuir a la reconciliación y a la paz”.
Para pensar
Para afianzarse en el Señor, es necesario mantener un trato con Él, un diálogo, en que descubramos su querer y nos decidamos a llevarlo a cabo. Y para lograr ese trato es preciso tener una conversación con Jesús.
Puede servirnos de ejemplo, un relato que describe un escritor contemporáneo, Jaime Nubiola, diciendo que se lo envió una filósofa mexicana:
Sucedió en un colegio donde un profesor, que no era muy creyente, se da cuenta que un alumno siempre al final de las clases, en vez de irse directamente a su casa, se adentraba en el bosque procurando no llamar la atención. Intrigado, un día decide seguirlo de lejos. Entonces vio que el alumno se sentaba sobre una piedra en un claro del bosque. Ahí, con las manos en las rodillas, la cabeza un poco inclinada y los ojos cerrados, era obvio que estaba orando.
Al día siguiente, en un descanso, el profesor lo llamó aparte y le dijo: “Tengo que confesarte que sentí curiosidad por tus «escapadas» al bosque, y ayer te seguí al acabar las clases y vi lo que hacías”.
El alumno le respondió: “Sí, me gusta pasar un poco de tiempo tranquilo y en paz con Dios”. Entones el profesor lo cuestionó: “¿Y hace falta esconderse en un bosque para ello?” El alumno, sin intimidarse, le respondió: “Bueno, allí puedo encontrar a Dios”. El profesor insistió: “Pero ¿acaso Dios no puede encontrarse en cualquier sitio? Donde quiera que vayamos Dios siempre es el mismo”. El alumno, muy seguro, le respondió: “Bueno, sí, Dios siempre es el mismo, claro, pero yo no”.
Para vivir
La historia ilustra cómo a veces se necesita de esa soledad que vivifica y que todos necesitamos; un espacio interior en donde nos encontramos no solo con Dios, sino con nosotros mismos y lo que somos.
A veces podemos pensar que no tenemos tiempo para la oración. O tal vez sí deseamos dedicarle unos momentos al día, y lo haremos cuando me sobre tiempo. Pero hacerlo así, es dedicarle al Señor sólo de nuestras “sobras”, pero Él se merece mucho más.
Si logramos apartar unos minutos para ese trato con Nuestro Señor, tenemos asegurada la eficacia en las obras que emprendemos, sobre todo aquellas que se hacen en favor de los demás.
José Martínez Colín es sacerdote, Ingeniero (UNAM) y Doctor en Filosofía (Universidad de Navarra).