No se trata de ser lentos en nuestras reacciones, sino de saber reaccionar con la reflexión y la velocidad adecuada a cada situación.
Tiempo, esta es la palabra que lleva a la sociedad actual a estar a la carrera todo el día. Parece que nadie tiene tiempo para nada. Junto a la prisa, es lo que hace que las personas pierdan la paciencia y quieran las cosas de forma inmediata. Vivir deprisa continúa estando de moda, y es algo que vive con el ser humano desde su infancia.
Los niños, más bien los adolescentes, sienten la prisa como un impulso o una necesidad: tienen prisa por ser mayores para poder hacer aquello que, por su edad, no pueden realizar, como llegar más tarde a casa, pasar más tiempo con su pandilla de amigos, salir todos los fines de semana... Tienen prisa por ser mayores, algo de lo que muchos se arrepienten cuando lo consiguen.
Ese afán por ir rápido, los niños lo trasladan a actividades de su vida diaria, especialmente cuando tienen en sus manos computadoras, celulares, ‘tabletas’. Su mayor deseo es que nada más hacer un clic o pulsar en el icono correspondiente, el programa, vídeo, canción o aplicación aparezca en la pantalla en menos de un segundo. Esto no es algo exclusivo de niños y jóvenes. Los adultos tienen también el mismo problema de impaciencia ante la velocidad, poca a su juicio, con la que el ordenador o ‘tableta’ descarga un programa.
La rapidez, velocidad e impaciencia de esta sociedad también ha llegado a la alimentación de la mano de la fast food (comida rápida), que ha llevado a millones de personas a devorar alimentos a toda velocidad. La rapidez con la que se consumen -devoran- estos menús es uno de los aspectos negativos de esta forma de comer.
Frente a esta comida rápida surgió la slow food (comida lenta), que difunde el consumo de productos regionales, con comidas tradicionales y con ingredientes cultivados y producidos de la misma forma en la que se hacía hace muchos años. La cocina de las abuelas: variada, rica en nutrientes y elaborada a fuego lento.
Vivir en un pueblo es ir a otro ritmo, no mirar el reloj. Es otra forma de vivir, nada estresante, quizá más real. Algo que no significa estar al margen de las nuevas tecnologías y sus beneficios o de cualquier tema de interés general. Un buen escenario para reflexionar y poner en orden los pensamientos.
Hay una frase que dice: “La prisa es mala consejera”. Y va a tener razón, ya que, en muchas ocasiones, antes de abrir la boca rápidamente, es mejor pensar en lo que se va a decir, no sea que acabemos por arrepentirnos de lo dicho cuando ya no se pueda volver atrás. Lo mismo a la hora de tomar decisiones, la prisa, el decidir algo “en caliente” no augura un buen final.
“Vísteme despacio, que tengo prisa”, dice otra frase popular cuyo origen se data en época de Fernando VII, cuando un ayudante del rey, por los nervios, no era capaz de vestir rápido al monarca. La frase lo dice todo. Es mejor no apresurarse para que las cosas salgan bien.
Son muchas las frases y palabras para exigir rapidez, pero no son tantas las que sirven para solicitar reflexión, sosiego. Es difícil imaginar que alguien que solicita un objeto, le diga a la persona que lo atiende que se lo tome con tranquilidad. Todo el mundo parece tener prisa.
Correr, como deporte, es una actividad muy sana. Abusar de una vida con prisas, en la que la velocidad sin sentido marque todas las acciones de una persona no lleva a buen puerto. No se trata de ser lentos en nuestras reacciones, se trata de saber reaccionar con la reflexión y la velocidad adecuadas a cada situación. De tener momentos en los que aligerar los pensamientos negativos y poner en orden la cabeza.
En esta sociedad del anonimato, de la prisa, de la velocidad de vivir sin fijarse en lo que nos rodea, lo mejor es vivir a nuestro propio ritmo, marcar la velocidad de nuestra vida, teniendo en cuenta a los demás. Y sin que nadie nos ponga en la tesitura de correr más de lo debido.
Reproducido con autorización del Centro de Colaboraciones Solidarias